lunes, 16 de mayo de 2011

Fútbol, medios y violencia


En la década del 90, con el pretexto de la erradicación de las barras bravas, ciertos directivos de clubes (Boca es el caso emblemático) comenzaron paulatinamente a mutar populares por plateas. Queda en claro la verdadera intención de esos cambios, ya que las barras bravas continúan y los que quedaron fuera del escenario del fútbol, son los menos pudientes. Esto es simbólico y a la vez es una medida concreta de lo que se buscaba: Estadios con menor convocatoria y público de mayor poder adquisitivo. Los multimedios deportivos sostenían un negocio aparte con esto: menos entradas, más gente comprando decodificadores para ver los partidos.

Pero conjuntamente a este negocio de tener que pagar para ver fútbol por televisión, afortunadamente hoy suprimido, había también una cuestión ideológica. Los multimedios deportivos miden, juzgan y publican según la óptica de una minoría de estrato social bastante alto y que tuvo suficiente dinero para producir, además de vinculaciones. Son excepciones aquellos que han llegado alto por una demostrada capacidad que los anteceda, más bien al contrario: se hicieron famosos por hablar de fútbol en medios grandes y luego impulsaron “escuelas” y demás negocios propios.

La cantidad de programas afines al fútbol llevaron al endiosamiento de los futbolistas - cuestión obvia si se quiere acceder a entrevistas - y la demonización de lo popular. Así fue durante mucho tiempo. Debates interminables por un hincha que arrojó un encendedor pero nunca debatían sobre el tema de los sueldos y premios descomedidos de los jugadores, que eran la base de que los clubes deban lo que deben.

El maestro, jubilado o albañil que antaño podía pagar entrada y podía divertirse, emocionarse, compartir un momento con amigos en una cancha, no tuvo ya derecho a la pasión futbolera, a salirse de la rutina, porque le indicaba su bolsillo y el discurso mediático que para eso estaba la televisión. Lo fueron dejando al margen. Restringir la expresión y promover la pasividad, parecía ser una función implícita de algunos medios (y no sólo los deportivos).

El fútbol era un fenómeno que conllevaba elementos tales como las banderas, los gritos en conjunto, la agrupación de tribus urbanas con rituales y afinidades culturales y sociales. Todo eso se erosionó. Aquel espectáculo dentro y fuera de la cancha, espontáneo, se achicó. Hoy se necesita un desembolso económico importante que deja afuera a familias numerosas y a la gente más humilde.

Los clubes, representantes de ciudades y barrios, eran emblemas de una democracia concreta, aún en tiempos de dictaduras, donde el médico y el enfermero, el arquitecto y el albañil, tenían el mismo derecho en las asambleas, gracias al pago de una cuota igualitaria.

Pero los multimedios no le daban valor a lo que fascina en otros países como es la pasión que ponen los argentinos en el fútbol, la imaginación, la fiesta tribunera que es o era un rasgo muy argentino y popular. Como es el hecho de cantar y retrucar en la tribuna lo que canta la otra hinchada, herencia de las payadas argentinas.

Para esto, custodiados por los encargados de la “seguridad” deportiva se prodigaron discursos durante mucho tiempo, muchas veces hipócritas o bien atendiendo sólo un sector e ignorando el resto. Los multimedios deportivos vendieron información, sus espectadores fueron clientes que pagaban algo más que ver fútbol, también escuchaban una sola campana, un mismo discurso.

Con indudables rasgos hegemónicos, los mismos que sostenían los programas deportivos eran socios de quienes vendían el codificador para ver los partidos. “Fútbol de Primera” - programa hegemónico que tenía el derecho de pasar antes que cualquiera, imágenes de fútbol – se vendía como el mejor programa de fútbol y era el más premiado, a pesar de un detalle que obviamente los periodistas deportivos no criticaban: Nadie tenía derecho a competirle. Y sin embargo cuando tuvo que competir: ¡desapareció! con todos sus premios.

Se vendió y se empaquetó un producto: la violencia en el futbol. Si caía una persona por una pelea en un tren, ocupaba pocos centímetros en la página de policiales. Si caía una persona con una camiseta de un club, entonces ocupaba tapas, programas radiales y televisivos. Una trompada en la calle es algo ignorado, no vende. Una trompada en un estadio será un monólogo, disfrazado de compungido análisis de horas y horas.

Se vendió que los encargados de seguridad regentearan operativos, impusieran (¿y vendieran?) cámaras de televisión, dispusieran efectivos policiales que pagan los clubes pero cuando algo sale mal, se castigue al club, sacándole la localia, puntos o multándolo con dinero. Es una medida totalmente autoritaria y arbitraria que además, no se puede apelar y que muy pocas veces se escuchan críticas desde los medios. Lo dije varias veces: el Coprosede y los organismos de seguridad de Argentina tienen cierto paralelismo con el FMI ¡Es mejor que no te ayuden!

Se vendió que todo aquel que hace algo en una tribuna que los medios no quieren, sea sospechado o acusado de barra brava. Y por ende, se introdujo a fuerza de repetición: el comportamiento “correcto”. Traducido, lo que ellos decidían fuera correcto y ayudaba sus intereses. Sin estudiar sociología calificaron conductas de masas y pidieron sanciones ejemplificadoras, siempre para un mismo sector. No hubo una sola investigación periodística que llevara, gracias a la denuncia, a un directivo a ser encarcelado o a un jugador de primera división a ser juzgado. No hubo una sola investigación, por ejemplo, que determinara cuantas decenas de millones se gastaron en el estadio Ciudad de La Plata mientras que San Lorenzo, por una ínfima parte levantara el suyo. - Hecho que prueba el gasto desmedido del escenario platense -. No recuerdo alguna nota periodística, de algún medio conocido, que osara criticar las fortunas que ganan los “patriotas” que juegan en la selección. No hubo una investigación periodística que desnudara números y datos sobre organismos estatales de seguridad que exigen a los clubes gastar dinero en cámaras, arreglos o más policías. No se sabe que empresas y nombres están vinculados. No he visto notas con nombres de quienes se benefician económicamente. Tampoco informes sobre si existe una política que controle que no haya extorsión a los clubes o favoritismo sobre algunos clubes o escenarios.

Se vendió la importancia del “chisme”, vulgarizando y ocupando programas y espacios con las “posibles” ventas y compras e internas en los planteles.

Muchos integrantes del elenco estable de los multimedios deportivos, vendieron una impostada imagen propia; Una imagen de una postura objetiva que es una gran mentira. Los hemos visto sembrar titulares en cada derrota de un equipo, avivar el fuego, una y otra vez, “Luego de la derrota número dos de local, el técnico se negó a hacer declaraciones”, “nuevamente cayó el equipo dirigido por tal técnico”. Cuando los socios que son los que pagan la cuota de su club, piden la renuncia de un técnico y cuando ésta se concreta, ponen caras de compungidos y hablan de que lamentan profundamente que se corte un proyecto y que los hinchas son salvajes porque no piden la renuncia de una forma más amable.

En la subjetiva e interesada balanza de los multimedios, hace más daño una trompada en la popular o una avalancha que un directivo de saco y corbata comprando un jugador por millones y poniendo en riesgo de quiebra el club entero. Si un jugador o técnico declaran una atrocidad enseguida se muestran comprensibles (salvo que haya criticado a un periodista o grupo periodístico afín) y benévolos con el jugador que ellos entrevistan. Si la misma atrocidad o inclusive más leve, aparece en una bandera o en un hincha común, entonces demandarán indignados, un duro castigo. Los jugadores sólo son censurados cuando osan mostrar gestos de hinchas, allí serán el “mal ejemplo”.

La función del periodista deportivo, al menos en la Argentina, parece carecer hoy de cualquier tipo de investigación, opinión o informe que incomode a los factores de poder. El análisis pasa estrictamente por lo futbolístico y el “vestuario”. No importa si los clubes deben millones y los obligan a vender cada vez menos entradas. Quedan relegados – como los hinchas que tienen su equipo en el Nacional B y no pueden ver a su equipo de visitante - otros temas que atañen a las instituciones, que son en definitiva las que sostienen los equipos, promueven deportistas y solían ser entes democráticos, pulmones sociales, donde por una cuota económica los chicos en lugar de estar en la calle se convertían en amantes del deporte en su club. Allí tenían una actividad física y eran parte de un espectáculo tribunero que nos identificaba como argentinos. En los años noventa los clubes fueron quedando debajo del equipo y de las estrellas que jugaban, como las camisetas quedaron tapadas por publicidades. Las identidades quedaron desdibujadas. Son los ecos de la ideología que indica que quien tiene más plata en el bolsillo vale más y que por dinero cualquier cosa, hasta dejar de ser o prostituirse. Boca hoy sale a la cancha con una publicidad con los colores de River. Y para algunos ese es el progreso. Y para otros no es un síntoma, es sólo un detalle casual. Crecen pulmones de rejas en los estadios e ir con dos pibes, comer algo, ver un partido y comprar una bandera ya no es una rutina, es una fortuna.

El fútbol argentino fue un espacio donde cualquier sector social, rico, mediano, pobre, podía acceder a populares o plateas y sentir emoción y expresarse. Donde las banderas marcaban la presencia de un barrio o de un sentimiento. Donde lo primero era la camiseta y el club, antes que el jugador. Donde el plomero y el abogado tenían su aventura, a su manera y donde el abuelo, el padre, el vecino, el hijo y el nieto podían abrazarse y festejar, es decir compartir. En la cancha se aprendía la virtud de la fidelidad. Fue un ámbito de expresión que hasta permitió a la masa silbar al dictador de turno.

Sería importante desde los medios recordar y valorizar que los clubes son mucho más que un puntal para un equipo de fútbol y que los hinchas son muchísimo más que un coro por un resultado.

Rafael Ton