miércoles, 5 de enero de 2011

Aquel Lobo


El oso polar estaba en el límite natural de su territorio, a pocos metros del bosque.
Se alzó imponente, más de dos metros de gruesa musculatura, dientes asesinos. Una de las bestias más grandes del planeta.
El alce, que había abandonado su manada por miedo y escapado sin orientación, prosiguió su fatigosa carrera, buscando llegar a donde estaban los raquíticos árboles del bosque, diezmados por la nieve y la escarcha.
La enorme fiera blanca lo siguió. Con sus gruesas pisadas avanzaba hacía el bosque. Ante su cercanía, los pájaros y pequeños animalitos huían despavoridos.
El Alce se metió entre los troncos, trastabilló y cayó, ya sin fuerzas. El oso parecía que iba a seguirlo. Sin darse cuenta que en dirección recta, entre unas anchas raíces, se levantaba un lobo. Protegía su familia. Sus ojos se clavaron en la bestia alba. Todo en contra. El tamaño, las garras gigantes, el hambre que lo había llevado hasta allí. Pero detrás de él, estaba su familia. Los lobitos pequeños, las madres lobas, los lobos ancianos. Los hermanos con los que andaba por las noches. Y enfrente el gigante frío, asesino. Y detrás, su bosque, su casa, su familia.
Todo en contra. Y contra todo, aquel Lobo retrocedió dos pasos, porque había aprendido que no importa dar pasos atrás si sirve para tomar impulso. El oso avanzó y entonces en loca corrida, como un rayo negro sobre la nieve, el Lobo salió a su encuentro. No busco morder, había aprendido que el mejor golpe puede ser el avisar con convicción. Dio un golpe en el hocico del Oso y pareció que su pecho crecía y que su lomo se transformaba en una llama oscura.
Acá estoy yo. Esta es mi familia. Éste es mi territorio. Voy a ir contra todo. Eso decía el Lobo sin decir palabra.
No hay leyendas ni estatuas ni gloria ni historias contadas que atraviesan el tiempo para aquellos que se resignan fácilmente.
Lo que se quiere, si es que se quiere en serio y no solo son palabras, se defiende con dientes apretados y afilados, dispuesto a dar batalla.

Las heridas producidas por el oso fueron cicatrizando. La leyenda del lobo que ahuyentó a la bestia blanca, aquel frío asesino, del bosque, aún se sigue contando.
Sirve de ejemplo: resignarse, abandonar o ir contra todo, dispuesto a todo, para defender lo propio y quedar como leyenda.

Rafael Ton

1 comentario:

Unknown dijo...

Como siempre, muy bueno Rafa!